Cerbero era un perro de raza potencialmente peligrosa que su dueño, Hades, señor del infierno, tenía atado a la puerta del Inframundo. Allí se ocupaba de que los espíritus no salieran del infierno y los vivos no entraran a molestar. Por eso estaba muy cabreado y con sus tres cabezas, más respectivas bocas, te convertía en paté en menos de lo que cae un rayo mientras te pinchaba veneno, pues su rabo era una serpiente.
Heracles, que andaba haciendo las doce pruebas para ser vegano de nivel 10, es decir, conseguir el don de la fotosíntesis, habló con Zeus (que se acababa de afiliar al PACMA) sobre la prueba final y el dios le mandó rescatar a Cerbero, que ya se había cargado a varios espiritistas, tres obispos y unos cuantos investigadores del programa Cuarto Milenio.
Heracles llegó a Ténaro, por donde se entra al inframundo y al cabo, frente a Heracles, se alzó Cerbero, más cabreado que un socialista con el PSOE, el cual le miraba con sus seis ojos mientras maquinaba la mejor forma de reducirlo a pulpa de la buena. -“Chicoooo, chiquitíííín, cosita guapa, precioso mío, uyyyyyyyyyyyyy, que te como!!!!”-, le dijo Heracles, que ya era vegano de nivel 9, con su mejor y más cálida voz. Cerbero se puso a dar saltos de alegría moviendo el rabo como un loco e incitando a Heracles a jugar con su pelota. Así que Heracles lo desató y se llevó para siempre.
Desde entonces el mundo anda lleno de fantasmones que escaparon por la puerta sin guarda y se inventaron los cursos de comunicación, pues con amabilidad y simpatía Heracles confirmó que se mueven montañas.